Reporte acerca de la forma de la tierra

  • 4 Jul 2019
  • Alejandro Dolina

La siguiente, es la transcripción de un fragmento del programa radial “La Venganza será Terrible” del pasado 15 de abril. Los aplausos son todos para Alejandro Dolina.

Todos los pueblos han tenido una cosmogonía. Algunos científicos o pensadores tienen la audacia de suponer que los habitantes de las islas tienden a creer que el mundo es una isla en medio del mar. Los de las llanuras lo conciben como una interminable planicie y los de la montaña creen que es una sucesión interminable de cordilleras y esta colección de suposiciones se le llama pensamiento.

El caso es que cada pueblo imaginó el cosmos de distinto modo. Los hindúes imaginaron una tierra plana apoyada sobre 4 pilares que descansaban sobre elefantes. Elefantes que descansan sobre una tortuga gigante que nadaba a su vez en un océano. Lo malo de esa clase de ideas, es que siempre se necesita de otra hasta que el fastidio nos obliga a detenernos. Cosa que podríamos haber hecho en el segundo paso y no en el 15.

Los sacerdotes babilonios describían al mundo como una ostra. Con agua arriba y abajo. Todo sostenido por un cielo sólido como una gigantesca e infinita piedra preciosa. En verdad, aquí ayuda la noción de infinito, una noción que es indispensable para ponerse a pensar en estos asuntos. No digo que el universo sea infinito, digo que la idea del infinito es necesaria para empezar a pensar. La cosmogonía egipcia también imaginaba el mundo en una especie de caja. En general todos los pueblos acordaban que la tierra era plana y la bóveda celeste un inmenso caparazón que se ajustaba a los bordes del horizonte donde se unían justamente la bóveda celeste y la tierra.

Los primeros griegos no pensaban de otro modo. Hablaban de una tierra plana con Grecia en el medio rodeada de un río llamado océano donde desembocaban todos los mares y ríos. Esta idea fue compartida por los primeros pueblos que pensaron sobre el tema. Y en realidad, hasta hace 3000 años una abrumadora mayoría favorecía esta concepción. En Grecia recién en el siglo VI antes de Cristo algunos filósofos empezaron a pensar diferente. Estaba Protágoras de Abdera que aseguraba que la tierra debía curvarse de algún modo por qué había observado con gran astucia la desaparición de los barcos que se alejaban tras el horizonte. Escribió al respecto lo siguiente:

Mientras los filósofos se dedican a la vagancia y al arte de la conversación, los objetos cumplen pacientemente sus obligaciones. Los barcos desapareciendo en el horizonte por su base nos indican claramente el camino geométrico a seguir.

En el mismo siglo, Anaximandro de Mileto imaginó el mundo como una columna cilíndrica rodeada de aire. Una columna que flotaba en el centro del universo sin apoyo, pero sin caer. Y él decía: Sin caer porque estaba en el centro. Como si las cosas que ocupan el centro de algo no se cayeran. Pero, sin embargo, nada se cae ocupen en el universo lugar que ocupen. Y Anaximandro no estaba mal encaminado. Fue el primero que no necesitó un sostén.

Un tiempo más tarde, los arduos alumnos de la escuela de Pitágoras vinieron a resolverle un problema a Anaximandro. Porque todos le preguntaban: ¿Pero como es una columna? ¿Por qué el agua no se cae? El agua de los océanos, los mares, ¿porque no se cae cuando llega al borde?

Pitágoras había descubierto el poder de los números, la relación con la música, y todo eso. Y también había imaginado una tierra esférica. Y esa es una forma muy adecuada. Es la forma perfecta de cualquier cosa. Porque no tiene bordes por los que algo pueda caerse al vacío. Entonces le servía mucho a Anaximandro. Fue Filolao, alumno de Pitágoras, el que estableció finalmente la idea de la tierra como una esfera. Aristóteles ya incluyó esta tierra esférica en su sistema del mundo. Y la verdad es que allá por el año 350 antes de Cristo no había nadie en el ambiente ilustrado de la cultura griega que no pensará que la tierra era esférica. Incluso hubo quien la midió.

En el año 230 antes de Cristo se hizo la primera medición científica del tamaño de la tierra con una varilla de mimbre, un grupo de camellos y la regla de 3 simple. Fue Eratóstenes de Cirene, un matemático que trabajaba en la biblioteca de Alejandría. Eratóstenes oyó decir que al sur de Egipto, durante el solsticio de verano, 21 de julio, una varilla clavada verticalmente al mediodía no presentaba sombra alguna. Mientras que, en Alejandría, ese mismo día del solsticio una varilla proyectaba una sombrita en un angulito de 7 grados. Eratóstenes concluyó entonces que esta diferencia se debía a la curvatura de la tierra. Los rayos del sol caían verticalmente sobre el palito en Siena (hoy Asuán, Egipto) y en el de Alejandría ya caían con un pequeño ángulo. Se le ocurrió entonces que si medía la distancia entre Alejandría y Siena podría obtener la medida de esos 7 grados, luego utilizando la regla de 3 obtendría esta medida. No contaba con buenos elementos aquí viene lo difícil. ¿Cómo medir la distancia entre Alejandría y Siena? Agarró unos camellos, calculó cuánto caminaban en determinado tiempo y al final a ojito resolvió que la distancia era de unos 800 kilómetros. Y entonces dijo lo siguiente: 800 kilómetros son 7 grados. Entonces 360 grados que es el total de la esfera…y le dio 40.000 kilómetros y no está tan lejos. Pero para desgracia de todos, esta medición fue modificada por el geógrafo Estrabón qué mucho más a ojito cálculo menos: 29.000 kilómetros. Y esta cifra sí fue tomada en serio por Claudio Ptolomeo. Y Ptolomeo fijó 28.500 kilómetros como circunferencia de la tierra y esta medición, mucho menor a la real, perduró 1500 años. Y ahí aparece Colón.

Contra lo que todos dicen cuando Colón planeó su viaje, todo el mundo sabía que la tierra era redonda. Los geógrafos que se oponían al viaje, no decían que la tierra fuera plana, decían que era más grande. Y tenían razón. Y a Colón le convenía basarse en los mapas de Ptolomeo y en el cálculo de Estrabón. Le convenía que la tierra fuera más chica porque era el único modo de que no existiendo América, sus naves llegarían a Japón. Si no, se iban a quedar ahí, en el medio del mar. Esta actitud intelectual ha sido siempre mayoritaria en el mundo del pensamiento, tal como lo señala Paul Johnson en un libro extraordinario que se llama Intelectuales. Allí, Johnson denuncia… o se olvida de denunciar… que los intelectuales que investigan algo construyen en primer lugar su posición y después buscan. Cuando encuentran algo que favorece lo que ya suponían de antes lo guardan. Y cuando lo que encuentran contradice su teoría, lo desechan, lo neutralizan o lo disimulan. En realidad, el verdadero pensador busca, no importa que, está preparado para encontrar cualquier cosa.

Hoy en día también vemos aquellos que por conveniencia adhieren al cálculo de Estrabón, aunque sepan que es falso. Y porque les conviene, dicen que la tierra tiene 28.500 kilómetros de circunferencia. El caso es que a Colón, con su mal cálculo, le fue bien.

Después del colapso de la civilización romana, muchos escritores volvieron a ideas que habían sido abandonada varios siglos antes. Y ahí se olvidaron de los griegos, de la tierra esférica, y empezaron a pensar otra vez que el planeta era un disco chato, una idea bastante cómoda.

Una buena parte de los mapas medievales muestran la tierra sin curvatura alguna, Jerusalén en el medio y un gran océano rodeándolo todo.

Leo unos documentos del siglo IX donde aparece la siguiente afirmación:

La tierra en la forma de un cubo al este, un triángulo al oeste, un círculo al norte y hacia el sur no tiene ninguna forma.

En 1890 John Alexander Dowie fundó la comunidad de la tierra plana, que era una sociedad que se dedicaba a hacer propaganda para la teoría según la cual la tierra era una gran planicie con el polo norte en el medio, rodeado de una muralla de hielo. Para Dowie el sol tenía sólo 50 kilómetros de diámetro y estaba a unos 5.000 kilómetros de distancia.

Algunos pensaban que la tierra era un rectángulo y otros creyeron que era hueca. Se hablaba de la tierra hueca con agujeros y accesos por los polos y que en realidad los que vivíamos en la tierra hueca estamos mirando al sol que estaba adentro de la tierra, como una braza o un farol interior.

Recordemos a Augusto Comte, el creador del positivismo, que en pleno siglo XIX afirmó que nunca llegaríamos a saber de qué están hechas las estrellas. Y muy poco después de su afirmación, casi al día siguiente, el amigo Joseph von Fraunhofer descubrió que con un espectroscopio podía analizarse la luz que provenía de los confines del universo y llego a averiguar precisamente de que estaban hechos los objetos que emitían esa luz porque cada elemento produce unos colores diferentes o mejor dicho, verifica unas franjas negras que tienen distinta distribución según cual sea el elemento que está mandando esta luz.

Así terminamos este reporte acerca de la forma de la tierra. Como acabamos de ver, los mitos son mucho más razonables, en el peor de los sentidos, que la ciencia verdadera. Muchos mitos no hacen más que establecer como válidas las ideas más banales de los comerciantes que venden higos. ¿Qué es más maravilloso? ¿Un mundo sostenido por una tortuga que descansa sobre un elefante, que descansa sobre una ballena, que descansa sobre un dragón, que descansa sobre un océano? O un mundo que se sostiene por una fuerza misteriosa que mantiene a cada cuerpo en su sitio pero que también influye sobre el tiempo. Que también altera el fluir del tiempo. Un mundo en donde el espacio y el tiempo son la misma cosa. Donde las estrellas se alejan de nosotros a una velocidad que aumenta conforme aumenta la distancia. Eso es verdadera maravilla y no una sucesión banal de tortugas, elefante, dragones, ballenas y océanos. Ciertamente cuando uno examina el universo no puede menos que decir: ¡Qué mundo maravilloso!

(Ovación)